De sabios es reflexionar...



"Es muy peligroso, Frodo, cruzar la puerta", solía decirme. "Vas hacia el Camino, y si no cuidas tus pasos, no sabes hacia dónde te arrastrarán".

Frodo Bolsón, citando a su tío Bilbo.
El Señor de los Anillos. J.R.R. Tolkien

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Y puede ser...

Esta canción la tenía guardada al fondo del cajón...¡y aún no se muy bien por qué! Habla de algo ya pasado, algo que ahora mismo queda bastante atrás, aunque sucediera hace no demasiado tiempo. Sin embargo habla de algo maravilloso, de un punto de inflexión en mi vida, de darme cuenta de que volvía a ser capaz de muchas cosas...y que merecía la pena seguir descubriendo mil cosas más. 

Casi por sorpresa, una noche de concierto
te vi por primera vez, soñaba estando despierto,
pero nunca es tarde, dicen, si la dicha es buena,
el concierto fue un desastre...pero mereció la pena.

Porque una casa cerrada, necesita abrir las puertas,
quitarle las telarañas, desechar las cosas viejas,
y cuando yo ya creía haber perdido las llaves,
entraste sin mi permiso, rompiendo mis ventanales.

Y puede ser que este camino
no lleve a ninguna parte,
y puede ser que no me atreva,
que jamás llegué a besarte,
pero da igual, eso no importa,
ahora sí tiene sentido,
que soy capaz, que puedo amar…
¡que por fin me siento vivo!
  
Meses después, en un lugar, pequeñito y escondido
Extrema y dura lo llaman, paraíso desconocido.
te volví a ver, te descubrí, comencé a verlo muy claro,
y sin querer, y sin saber…de ti me había enamorado.

Porque ya me había olvidado de este extraño sentimiento,
aprendí a vivir solito, sin princesas en mi cuento,
y una vez más me doy cuenta, de que estaba equivocado,
 que se puede ser feliz, que te quiero aquí a mi lado.

Y puede ser que este camino
no lleve a ninguna parte,
y puede ser que no me atreva,
que jamás llegué a besarte,
pero da igual, eso no importa,
ahora sí tiene sentido,
que soy capaz, que puedo amar…
¡que por fin me siento vivo!



miércoles, 17 de septiembre de 2014

El imaginador

No era distinto a los demás. Era alguien perfectamente normal, signifique lo que signifique esta palabra.
Malgastaba su vida en un ruin trabajo de ocho horas a precio irrisorio cada una de ellas.
Biengastaba el escaso tiempo libre en pasatiempos más o menos interesantes y relaciones más o menos valiosas.
Pero sólo había una cosa que realmente le llenaba, que ocupaba su mente, tanto en las horas ociosas como en las horas laboriosas.
Imaginar.
Su imaginación era una incansable trabajadora, era tenaz, era creativa, era meticulosa y perfeccionista, y…la gran mayoría de las veces, era inútil.
Gustaba de imaginar cosas grandes y pequeñas, oscuras y luminosas, profundas y superficiales, vanas y transcendentes.
Imaginaba canciones, cuentos, poemas y dibujos. Imaginaba personas, situaciones, principios y finales. Visualizaba mentalmente mil y una opciones ficticias, retorcía cada ilusión hasta radiografiar cada una de las múltiples caras de la moneda que siempre estaba lanzando al aire en su desenfrenada mente.
Imaginaba viajes, caminos y destinos, anécdotas intermedias y metas alcanzadas.
Cada día imaginaba más, cada día vivía menos en nuestra realidad, y se perdía más en la suya propia, realidad inventada, fantasía ilusoria que llenaba su mente y su reloj.
Pero un buen día, por supuesto de manera fortuita e inesperada, se topó de bruces con la realidad. Con la de verdad. La de carne y hueso, la que deja cicatrices.
Y de tanto haberse alejado de ella, de tanto haberse sumergido en su mundo irreal, imaginado, no supo qué hacer.
Huía de lo tangible, de lo real, por considerarlo gris, deprimente, a veces abrumador, desde luego, siempre triste y cansino. Viajaba a los rincones privados de su mente, y allí se arropaba del frío que le provocaba la rutina de cada día.
Aquella vez, sin embargo, una luz blanca, cegadora, y aterradoramente real, le desbordó los ojos, y quizá el resto de sentidos.
¿Se había equivocado? ¿La realidad podía vestir otros tonos distintos al de la ceniza de los cigarros que consumía, quizá precisamente por matar esos minutos eternos de desidia y molicie insufribles?
La confusión, como una tormenta imprevista, cubrió su escaso entendimiento, y el suelo se volvió tan inestable como un pequeño bote en medio de la tempestad.
El largo tiempo alejado del mundo de a pie le había oxidado, por dentro y por fuera.
Sintió miedo. Miedo ante la incertidumbre, miedo ante lo desconocido. Pero aún así decidió caminar. Decidió dar una oportunidad a esa realidad tan a menudo insoportable y soporífera, que en esa ocasión se había vestido de color, y había conseguido deslumbrar su abotargada capacidad de sentir…casi de respirar aire auténtico.
Cada paso que dio fue vacilante, temeroso, como el niño que aprende a caminar, o como el anciano que empieza a olvidar que algún día fue capaz de correr.
Incluso un día se atrevió a saltar, a zambullirse en esa nueva realidad sorprendente e incierta.
Quedó aún más confundido. ¿Lo había hecho bien? ¿Había errado completamente? No tenía ni idea. Simplemente se había atrevido. Lo que vendría después, nadie lo sabía.
Imaginaba mil continuaciones, mejores, peores, perfectas y también catastróficas. Imaginaba mil desenlaces, idílicos, terroríficos, insulsos…incluso imaginaba que no había desenlaces.
Sí, otra vez estaba imaginando. Alguien le había dicho que pensaba demasiado. Quizá fuese ese su don…o su condena, quien sabe. Pero no podía ser de otra manera.
Era un imaginador.
Sonó el teléfono, otro cliente demandaba su atención. Miró por la ventana, el cielo estaba gris. Pero quizá el gris no fuese tan malo…

Comenzó el otoño.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Un rayo, un as de picas, un corazón.

Era Septiembre.
Mes dual, contradicción de sentimientos, comienzo de cursos, final de vacaciones.
Precisamente ese día era el penúltimo de esas dos semanas con las que soñamos durante otras 50 al año. 
El verano agonizaba, la oficina asomaba las garras a la vuelta de la esquina. Sin embargo, en su memoria aun rondaba fresco el recuerdo del mar, las cervezas en el chiringuito, las partidas nocturnas de póker en la terraza del apartamento...
Apenas hacía una semana que había regresado a la capital, al sopor rutinario de aquel verano extraño, suave, tardío. 
De manera inexorable, la semana avanzaba, a grandes pasos, segando cada día sin ningún tipo de compasión.
Aquel sábado, por tanto, amaneció sin más expectativa que pasarlo de la manera más lenta posible, para alargar las horas tanto como fuese necesario, intentando alejar el lunes de la mente y del espíritu.
En su móvil, un trasiego constante de mensajes le recordaba que esa noche habría juerga. Unos días atrás, un buen amigo cumplió años, y tocaba celebrarlo.
Plan rutinario, cena, cervezas (siempre más de las que aconsejaría cualquier médico...o el sentido común), unas copas (también más de las aconsejables, para hígado y bolsillo), unos bailes, desayuno a deshora, y por supuesto, la consiguiente resaca dominguera pertinente.
El guión, por lo tanto, ya estaba escrito.
Nunca fue una persona extrovertida. Tampoco especialmente tímido. Siempre se mantenía dentro de los cánones de lo políticamente correcto, sin destacar, sin pasar absolutamente desapercibido.
El mundo nocturno, por lo tanto, no era su fuerte. Donde otros se mueven como pez en el agua, el se sentía expuesto, inestable, como un patinador inexperto sobre una pista de hielo recién alisada. Intentaba dar pasos cortos, seguros, nunca más allá de lo prudente, de lo aconsejable.
El guión se fue cumpliendo, llegaron las cervezas, llegó la cena, algunos tragos de brebajes gallegos, para calentar estómago, cabeza y corazón.
Y con el estómago, la cabeza, y sobre todo, el corazón caliente, comenzó la búsqueda de un destino para gastar la noche.
Madrid siempre ofrece mil y una opciones. Muchas de ellas se personifican en Sol, en forma de "relaciones públicas" que ofrecen mil y una ofertas, a cada cuál más extravagante.
Sin embargo, como dije, el guión ya estaba escrito, no necesitaba oferta alguna, ya conocía el lugar al que se dirigía perfectamente. O quizá no.
El destino irrumpió como un rayo para cambiar el guión de la noche. Uno de estos hombres-oferta les asaltó cual cuatrero en el lejano oeste (de Madrid). Bastaba que les ofreciesen una copa, un mojito y un chupito, por un precio razonable, para dejarse convencer, arriesgando el domingo, el estómago y un buen puñado de neuronas, bañadas en una horrible resaca garrafonera.
El sitio tenía un nombre profético. SMILE rezaba el cartel. Inevitablemente, un sonrisa afloró en su cara. Quizá vieja reminiscencia de la importancia de la obediencia en nuestra base educativa. Quizá una respuesta espontánea, una ventana abierta a lo imprevisible, una chispa adecuada, que prende una pequeña esperanza escondida en lo desconocido, en lo que está por venir. Quién sabe.
Para no faltar a la verdad, entró en aquel lugar sin más expectativas que "disfrutar" de una copa de calidad dudosa, de un mojito de aún más dudosa procedencia, y de un chupito excesivamente empalagoso, que le acercaba un pasito más a la frontera entre la sobriedad y la embriaguez...ese estado que a menudo se crítica con pasmosa facilidad (a veces justificada), pero que siempre deja un resquicio a lo no planeado.
Tras bromas varias, intentos (no se pueden calificar de otro modo) de bailes y unos cuantos tragos, el estado era el idóneo...para seguir intentando hacer algo parecido a bailar, seguir soltando chascarrillos propios de manada de "hombretones hechos y derechos", y sobre todo, seguir tomando tragos.
Es decir, seguir cumpliendo el guión al pie de la letra.
Sin embargo, esa noche la partida no quería jugarse en el orden establecido. No sabría decir ni cómo, ni cuándo, ni, sobre todo, por qué. Pero, en algún lugar de aquel polo negro de manga corta, tenía un As escondido, un As negro, con un símbolo difícil de definir, quizá entre el trébol y el diamante. Tenía un As de picas guardado, y lo puso en juego, quizá sin mucha maestría, y menos estilo. Quizá realmente no era ni siquiera un As, simplemente era un farol. Pero algunos dicen que las estadísticas están para romperse, y los complejos, para superarse.
La jugada había comenzado en los pies de dos buenos compañeros, que fueron los primeros en abrir fuego. Ellos si sabían (al menos, eso parecía) cómo moverse entre las oscuridades de cualquier garito.
Y él, detrás, aprovechando el surco, hizo camino, superó la distancia inabarcable que le suele separar de las novedades.
Contra toda lógica, y desde luego, contra todo pronóstico, el guión cambió. Se acabaron los tragos, las bromas de dudoso gusto y los intentos de no hacer demasiado el ridículo al ritmo del pachangueo de turno.
Sin darse cuenta, se encontraba sentado en el escalón del portal que estaba frente al SMILE, mirando unos ojos nuevos, no recuerdo bien si eran verdes, si recuerdo que eran bellos.
¿De qué hablaron? Da un poco igual. Hubo intimidades, penas y vergüenzas al descubierto, hubo alguna lágrima y muchas risas. Hubo cervezas de calle, de las de a un euro la lata, hubo humo de cigarros, camiones de basura y coches de policía.
Pero sobre todo, hubo algo más. Es difícil (casi imposible) describirlo. Pero nadie que hubiera estado allí lo negaría. Tres extraños que acaban de conocerse, como tres amigos de toda la vida, rememorando viejas penas, riendo por antiguas anécdotas, anhelando mejores futuros, aconsejando gratis y rápido, consumiendo la noche sin apenas darse cuenta. Lástima, porque quería que aquella noche no acabara nunca.
Se sintió abandonado de los compañeros de farra, miró el reloj, qué importaba. Estaba tan a gusto allí.
Compartieron gustos, intercambiaron desavenencias, se lanzaron bromas disfrazas de reproches profesionales, se contaron la vida en un minuto, y él deseo que cada minuto fuera una vida.
Pero todo se acaba, y una noche de verano, por lo general, antes de lo que nos gustaría.
Y ella se fue, acompañada de su amiga, de sonrisa y de lágrima adorables, con la melena rubia tras de sí, dejando la estela de un recuerdo que, una vez superada la madrugada, siembra la duda de saber si fue real, o un precioso fruto de una imaginación empapada en alcohol.

No pasó nada, podrían decir muchos, si estuvieron allí cerca aquella noche. No hubo besos, ni pasión desmedida, ni principios precoces y pasos atropellados. Porque a veces el error es acabar los principios, y principiar los finales. Sin embargo, pasó mucho, pensó él, sin que realmente pasase nada. Un paso más en el camino de vuelta, en la terapia de recuperación total, en ese proyecto tan complejo que algunos llaman felicidad. Porque a veces, la felicidad es simple. No, no es simple, la palabra más adecuada es "sencilla".

Y con esa sencillez se marchó él, subido –o sumido- en su propia nube, camino del tren, del que le llevaría de vuelta casa, y del que le lleva de viaje por el país de la vida, de las experiencias, de las casualidades, de los guiones no escritos. Soñando que quizás esa misma casualidad, esos mismos guiones no escritos, le lleven a bajarse en alguna estación donde la vuelva a ver, donde pueda volver a compartir un par de horas, un par de cervezas y un par de vidas.

Soñando con un corazón tatuado en la muñeca, encerrando un rayo que irrumpe en lo previsto, haciendo imprevisible lo planeado, y un as de picas, con el que apostar y tirarse un farol, para deshacer la certidumbre, para atreverse a resbalar o a hacer camino.

Soñando con una melena rubia, con unos ojos (quizás) verdes, con una noche improvisada.

Soñando, al fin y al cabo.