De sabios es reflexionar...



"Es muy peligroso, Frodo, cruzar la puerta", solía decirme. "Vas hacia el Camino, y si no cuidas tus pasos, no sabes hacia dónde te arrastrarán".

Frodo Bolsón, citando a su tío Bilbo.
El Señor de los Anillos. J.R.R. Tolkien

lunes, 4 de diciembre de 2017

Toscana 2. Pisa, la guinda torcida. Y se acabó...de momento.

Y ahora sí, se acabó. Nos hemos despedido de Florencia con un último paseo y unas compras puramente navideñas, para poner rumbo a la última parada del viaje. Una guinda torcida, que pone un broche de lujo a esta andanza italiana. Nos hemos llevado una gratísima sorpresa con Pisa. Realmente, tiene lo que tiene, su famosísimo campanile, famoso fruto de un error. Pero se percibe en toda la ciudad una mezcla de encanto y extrañeza curiosa. Bonitas calles y rincones, pero con demasiados lugares oscuros...y poco fiables. En cualquier caso, como digo, una perfecta guinda a este pastel italiano, que ya se acaba.
Y se mezclan emociones. Tristeza, por lo que se acaba, porque ya no habrá más mañanas en las que pensemos qué maravilla veremos hoy, o cuánto nos asombrará, o cuánto disfrutaremos. Al menos por un tiempo. Poco, estoy seguro. Porque antes de acabar esta aventura ya están nuestras cabezas tramando las siguientes. Por otro lado, satisfacción. Ha sido un viaje maravilloso, de principio a fin. Primero por lo que ha costado, lo difícil que nos lo ha puesto la suerte o el destino, o lo que sea. Y segundo, porque disfrutar las cosas solo, está bien, disfrutarlas con ella, es simplemente increíble. Sobra decir que en estas aventuras siempre me acuerdo de mi compañero y hermano de viajes y kilómetros (él sabe quién es, no hace falta nombrarle), pero entenderá que, aunque esos viajes han sido increíbles, ahora...las noches de estos viajes también lo son (ahora los amaneceres son mejores amigo! jeje...). Por último, alegría, por volver a casa, a nuestra casa, a descansar, a recuperar fuerzas, rodillas, caderas y tobillos, y a soñar con todas las maravillas que hemos descubierto o redescubierto juntos.
Mañana, rumbo de nuevo al reino.
É finito...pero continuará!

domingo, 3 de diciembre de 2017

Toscana 1. Florencia, otoño en la Toscana.

Termini, adecuado nombre para hoy. Es lo último que se ve de Roma cuando te vas. Pero hoy no era un punto final. Sólo era un punto y seguido. Y siguiendo la vía, a velocidades ilegales, la frecciarossa nos ha traído a la ciudad de las flores, Florencia. No hay ciudad igual en cuanto a arte. Y hoy, primer domingo de mes, arte gratis. Asi que contemplar el David de Miguel Ángel sólo nos ha costado el módico precio de esperar 20 minutos de cola. En contrapartida, no pudimos disfrutar de Santa Croce como debíamos, precisamente por la misa dominical. Pero ni las masas de gente que poblaban hoy Florencia, ni el frío polar, nos han impedido disfrutar de la Signoria, de la magia del Ponte Vechio, y de la mejor vista panorámica de una ciudad que uno puede admirar, desde la plaza de Miguel Ángel. Y por supuesto, de disfrutar mi panino de lampredotto. Una sencilla exquisitez toscana.
Recuerdo cuando hace dos años pasé dos horas viendo anochecer sobre Florencia, acompañado de una Birra Moretti y una bolsa de patatas, y la sensación de paz que tuve en mi soledad. Hoy no pudieron ser dos horas, por riesgo de hipotermia. Pero la sensación de paz y de satisfacción...fueron mucho más intensas, quitando de la ecuación a la soledad, para obtener un nuevo resultado, felicidad.
Y pasear siguiendo las luces navideñas sin rumbo fijo, y ahora descansar y desgranar las últimas horas aquí...Mañana, Pisa.

sábado, 2 de diciembre de 2017

Roma, día 4. Arrivederci Roma!

Se acabó. Al menos por ahora. Volveremos. Siempre es bueno dejar cosas por ver, cuentas pendientes. Y en esta ocasión, nos hemos dejado a San Juan de Letrán, a San Pablo Extramuros y las catacumbas...y alguna otra cosa. Pero nos hemos querido despedir compartiendo el éxtasis de Santa Teresa en Santa María de la Vittoria, recorriendo el Circo Máximo, poniéndo en riesgo nuestras manos en la Boca de la Vérita, perdiéndonos en el Trastévere y despidiéndonos del país vecino pasando el Ponte Sant' Angelo, echando una última mirada a San Pedro. Día de caminar sin horario, de mezclar la Roma de Bernini con la Roma Imperial, de pasear por la Plaza de San Pedro y por la Plaza Navona, y de echar un último vistazo a la Fontana de Trevi. Día de comer helado italiano auténtico, de colarse en el bus y de cenar pasta fresca. Y día de rehacer la maleta...porque mañana nos espera Florencia, la flor de la Toscana. A descansar!

viernes, 1 de diciembre de 2017

Roma. Día 3. Algo más que piedras


Alguna vez escuché a alguien decir, hablando sobre Roma, que para ver piedras rotas, mejor se quedaba en casa. Obviamente, era un chiste. Pero, una vez se está entre esas piedras, se comprende que más que un chiste es un sinsentido. Cierto es que, sin la ayuda adecuada, pueden parecer ruinas sin más, algunas quizá con la suficiente belleza para hacer una buena foto. Pero el Foro es mucho más que eso. Es pura historia. Es fascinarse viendo dónde incineraron a Julio César, sorprenderse encima de donde vivió Galeno, asomarse a las mismas calles que vió Marco Antonio, o pasear por los pasillos que vieron a Augusto. Y una vez más, siento si soy pesado, sorprenderse compartiéndolo, admirar al unísono, y emocionarse disfrutando juntos de la historia y de la cultura, no tiene precio. Igual que no tiene precio imaginar el rugido de los miles que abarrotaban el Anfiteatro Flavio (lo conoceréis como Coliseo), asomandose a sus terrazas y paseando por sus graderíos. Y recorriendo la Via de los Foros Imperiales, para subir a la colina del Campidoglio, y recordar a los que, según la leyenda, fundaron esta ciudad, amamantados por la loba capitolina.
2000 años y alguno más...son algo más que piedras. Son parte de lo que somos. Roma vincit!

Roma. Día 2. Cerca del cielo.

Un cielo azul. Por fin. Se acabó la lluvia, y, como una recompensa divina, el sol nos guió por el Ponte Sant' Angelo, para subir precisamente a ese lugar, cerca del cielo, justo encima de la tumba del pescador. Toda la Via de la Conciliazione fue un discurrir de boca abierta y pasmo generalizado. Y es que ese lugar, la Casa de Dios, como ya la nombré en otro momento, no deja lugar a engaño. La sorpresa, el asombramiento y la incredulidad que sobrecoge al que llega es siempre la misma, sea o no la primera vez que los brazos de la columnata de Bernini te abrazan. Y de allí, sorprendentemente sin colas, comenzamos a poner a prueba el tobillo maltrecho de la novata en el país pontificio, y con ayuda divina o no...alcanzamos la cumbre de la cúpula para maravillarnos, por primera vez o como si tal fuera, con la grandeza de Roma a nuestros pies. Para después ponernos a los pies de la Basílica del apóstol, y sentirnos pequeños, y frotarnos los ojos comprobando si aquello puede ser real...si el hombre es capaz de tal cosa. Esta vez no hubo encuentros inesperados...pero sí hubo nuevos descubrimientos. Bajar a la gruta vaticana, donde descansan viejos y no tan viejos pontífices, escudriñar cada rincón de la iglesia...y no hacerlo solo. Eso fue lo mejor, compartir la maravilla, junto a mi propia maravilla. Y compartir los secretos y riquezas de los museos vaticanos, aunque el pie renqueante nos recordase que todo tiene límites, admirando los techos de la Capilla Sixtina.
Después, ver caer la noche sobre la cúpula de Miguel Ángel, para regresar a la vieja Roma y perdernos por las calles que rodean la Navona, y por último dirigir nuestros pasos a Trevi, para maravillarnos nuevamente con su Fontana, esta vez en todo su esplendor, que sólo alcanza cuando ya se ha puesto el sol. Hoy sí, nos sentimos cerca del cielo, azul.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

Roma, día 1. El diluvio.

Hoy retomo una vieja costumbre, que tenía descuidada, y que con mal criterio deseché de mi última escapada fuera de los límites de nuestra península, allá por las galias. Hoy vuelvo a escribir mi diario de viaje, con una pequeña salvedad, ya no es mi diario, ahora es nuestro diario.
La última vez que estuve en esta ciudad, no cumplí con una de sus más arraigadas costumbres, lanzar por encima del hombro una moneda en la fuente del dios Océano, esa que llaman de Trevi. Quizá por ello, quizá por el destino, quizá por una manifestación de tuertos que parece nos ha echado el ojo últimamente, este viaje se ha complicado más de lo que esperaba. Un esguince de tobillo a deshora de mi otra mitad, el primero en su currículum, ha hecho peligrar el viaje hasta el último momento. El hotel desde el que escribo lo reservamos...¡5 días antes de viajar! Quien me conoce...sabe que eso es impensable en mí. Gracias a las artes chamánicas de una buena fisio, a la que le debemos un helado y lo que pida, hemos podido coger hoy el avión, rehaciendo, retocando y adaptando la aventura a nuestra nueva invitada, la muleta (la de los cojos, no la de los toreros). Luego un duelo copero a horas intempestivas entre mi pueblo y mi equipo, y un diluvio constante en esta ciudad eterna, han hecho el día un poco más gris de lo imaginado, y un poco más cansado de lo previsto. Pero Roma siempre pone el resto, lo necesario para seguir caminando. El Pópolo, subir los escalones que tenía en la cuenta pendiente con Piazza di Spagna, Fontana de Trevi, Pantheon, Piazza Navona, Campo de Fiori, Piazza Venecia, Colosseo...y caminar con 4 piernas, que es como camino ahora, han hecho que las horas fueran segundos, y el diluvio, un simple chubasco sin importancia. Que unas piernas más cortitas que las mías, y con un tobillo que crece por momentos (de manera algo preocupante), hacen que mis pasos sean más ligeros...casi flotantes. Y hoy sí, sin mamparas, y con la Fontana rebosante de agua, la moneda voló y se zambulló. Roma ya no está en obras, parece. A descansar. Mañana tenemos una cita con Dios.

lunes, 9 de enero de 2017

El mejor regalo

Ese año aún amanecía. Bostezaba perezoso en sus primeros días, como un niño recién nacido que acaba de llegar al mundo, y que se está acostumbrando a él, sin encontrar su sitio del todo, mirando todo, pero no viendo nada con nitidez, todo entre nieblas. Esas mismas nieblas que le acompañaban cada mañana al trabajo, las que podía ver desde la ventana del tren, o las que veía si miraba en su interior, en eso que llaman alma o corazón. Él, igual que el año que comenzaba, no había encontrado aún su sitio, no acaba de encajar en ninguna parte. Las luces de la navidad aun estaban frescas en su retina, los niños todavía tenían ese brillo en los ojos, pintado por la ilusión de uno de los días más esperados del año...tres misteriosos personajes con poderes mágicos que venían cargados de regalos todas las madrugadas del 5 al 6 de enero.
Pero como de costumbre, un año más, esos reyes magos habían olvidado hacer una parada junto a su árbol navideño, algo recargado, con muchos adornos, pero con escasa (o nula) belleza.
Seguía esperando un milagro. Una chispa mágica, una estrella fugaz que llegara, aunque fuese efímera, a iluminar una rutina anodina y sepultante, que cada día le enterraba un poco más en su soledad y desidia. Se sentía como una mala hierba en un jardín hermoso. Todas las flores a su alrededor crecían, abrían sus pétalos al rocío invernal y mostraban sus colores al mundo. El sólo crecía, pero esperando ser arrancado de raíz en cualquier instante, sin un solo toque de color o hermosura que legar al recuerdo cuando ya no estuviese.
El calendario mostraba el 8. Se durmió como cada noche, extenuado por otro largo día de viajes en tren y quehaceres desalmados.
No imaginaba que aquel día sería el último. Que su vida comenzaba de nuevo.
Cuando despertó, no sabía dónde estaba. Todo le parecía familiar, y sin embargo distinto. Se encontraba en una ciudad maravillosa, como de cuento, o quizás sería más justo decir como de historia épica. Salpicada de torres y rincones oscuros, donde a cada paso pudiera asaltarte un pícaro a sueldo, armado con sable y vizcaína.
Creía recordar que le habían llevado allí, desde luego él no había ido por su propio pie. Y tambíen creía recordar que su presencia allí era por algún motivo concreto, sentía que alguien le esperaba.
Dirigió sus pasos bajo un arco, y pasó junto a una estatua, de algún famoso escritor de época, muy acorde con la ciudad de ensueño. Sin saber bien por qué, entró en aquel lugar de una manera rutinaria, como el que lo ha hecho muchas veces, con seguridad y sin atención.
Era un sitio oscuro, no demasiado alegre, tampoco triste. Sólo vulgar, corriente. Pero...algo allí dentro era diferente.
Una luz, pequeña, pero muy intensa, parecía refulgir al fondo de la estancia. Irremediablemente atraído por aquella luz, como polilla hacia un candil, se fue acercando y acercando. Mientras daba un paso tras otro, se miró las manos, durante sólo un instante, y pudo percibir claramente dos verdades que se batían en duelo y a la vez se complementaban como una sola revelación. La oscuridad de su propio ser, más intensa a la luz de aquella luciérnaga mágica, y el poder de esa misma centella para iluminarle poco a poco, no reflejándose...sino entrando en su oscuridad para alumbrarle desde el interior.
Y fueron a recorrer la ciudad, su oscuridad y la nueva luz. Y cada calle era un poco más luminosa que la anterior. Y sin embargo, el mundo alrededor parecía ir desvaneciéndose...quedándo sólo ellos, sólo la luz y él, sólo él y la luz. Subieron cuestas hacia catedrales, y parecieron pasar sólo unos segundos...pero habían pasado meses. Y la luz tenía manos, y de ellas brotaban ríos de claridad. Y se entremezclaban con los regueros de oscuridad que salían de las manos de él, y juntos de las manos, siguieron paseando. Y la ciudad fue parte de ellos, y ellos parte de la ciudad. Tomaron té entre risas, y se tomaron la luz a la oscuridad y vicerversa, en lo alto de una piedra, al otro lado del río, haciendo que en mitad de la noche toda la ciudad brillara como si fuese un día de Junio. O de noviembre, porque las estrellas nacen cuando nacen, y ésta era de otoño.
Y ya no se separaron, vieron el mar, fueron a montañas, navegaron ríos en ciudades lejanas. Pero siempre juntos.
Y de repente...despertó. Y entendió que todo aquello había sido sólo un sueño. Pero...alargó la mano...y unos dedos rozaron los suyos. Unos dedos que iluminaban cada centímetro de piel que tocaban. Unos dedos hechos de luz. Y allí estaba ella. Casi un año después de aquel 9 de enero, finalmente resultó que los magos de oriente se habían acordado de él. Y junto a él, dormida, con el pelo color sol sobre la almohada...la luz hecha persona, el sueño...pero despierto. El mejor regalo.