De sabios es reflexionar...



"Es muy peligroso, Frodo, cruzar la puerta", solía decirme. "Vas hacia el Camino, y si no cuidas tus pasos, no sabes hacia dónde te arrastrarán".

Frodo Bolsón, citando a su tío Bilbo.
El Señor de los Anillos. J.R.R. Tolkien

lunes, 16 de febrero de 2015

El Local

Llevábamos varias horas andando por la ciudad. De hecho, nos parecieron años. El último sitio donde estuvimos fue genial. Música de todo tipo, copas no muy caras, ambiente muy agradable...éramos como de la familia.
Hasta que llegaron aquellos extraños. Parecían buena gente, simpáticos, graciosos...pero poco a poco se fueron adueñando de todo el local...y no nos quedó otra opción más que marcharnos, invitados gentilmente por el dueño. Allí no había sitio para nosotros, gracias a los recién llegados.
Como decía, caminamos, recorrimos avenidas y callejuelas, preciosas e iluminadas, oscuras y poco cuidadas, y dejamos a ambos lados multitud de sitios nuevos y viejos, distintos, muy atractivos...o todo lo contrario. No entramos en ninguno. No eran de nuestro estilo.
Tras mucho andar, comenzamos a preguntarnos... ¿cuál es nuestro estilo? Nada de lo que veíamos nos gustaba, nada nos animaba a acercarnos, la calle nos parecía más atractiva, continuar andando, libres, sin rumbo fijo, a donde los pies nos llevasen.
Sin embargo, tras la esquina menos pensada, en el lugar más insospechado, lo vieron. Era un lugar llamativo...aunque no extravagante. Sin duda, era bonito, muy bonito. Y diferente. Lo que había en el interior...era una incógnita. Estaba cerrado a cal y canto, hermético tanto para entrar...como para dejar escapar a nadie.
No sabemos bien por qué, pero no lo pensamos, nos acercamos, como atraídos por la misma luz que atrapa a las polillas de manera irresistible e irremediable.
Y de manera inesperada, una puerta se abrió ante nosotros, invitándonos a  pasar. Nos miramos unos a otros, atónitos. Dudamos de que se estuviesen dirigiendo a nosotros. Pero sí, así era. Obviamente, pasamos sin mirar hacia atrás.
El lugar parecía aún más bello por dentro. Todo lo que veíamos nos agradaba, nos recordaba a algo, o tenía algo que ver con nosotros...o era justamente lo contrario a nosotros. La música era muy buena, la bebida de calidad, la gente era muy divertida... Fuera como fuese, aquel sitio nos encantó.
Por supuesto, volvimos. Todas las veces que pudimos...o que nos dejaron.
Aquel sitio, a la par que bello, era muy  peculiar. El lugar estaba dividido en, al menos, dos compartimentos bien separados por anchos muros y una estrecha puerta, bien custodiada por dos fieros "gorilas" de la noche. Nosotros sólo podíamos acceder al primero de estos compartimentos, el que estaba más cercano a la puerta de entrada. Intentamos entrar al segundo compartimento, pero aquellos custodios de la estrecha puerta nos dejaron claro, desde el primer momento, que aquel no era nuestro lugar, que ese día no íbamos a entrar...ni ningún otro día. 
A través de unas pequeñas ventanas, de cristales ahumados, adivinábamos qué se podía esconder tras aquella puerta. Más bien intuíamos, o imaginábamos. Nada más.
Seguimos volviendo, una y otra vez. El sitio nos gustaba cada vez más...pero siempre nos íbamos a casa con una extraña sensación de que nos faltaba algo. La atracción que ejercía sobre nosotros aquel reservado cada día era mayor. Queríamos entrar a toda costa, sin embargo, teníamos miedo a que aquellos dos gigantes nos partieran la cara y nos prohibieran la entrada siquiera a aquel primer compartimento más cercano a la entrada.
A fuerza de costumbre, nos habituamos a disfrutar del local, pero siempre con el miedo de querer ir un paso más allá...de volver a intentar acceder al reservado. Unos nos decían "disfrutad de lo que podáis, y olvidaos de ese otro sitio", otros nos insistían "tenéis que atreveros, tenéis que seguir intentándolo", algunos, quizás más realistas, quizás más pesimistas, nos animaban a desistir, a buscar otros locales donde no tuviéramos vetada la entrada a ningún apartado.
Pero a nosotros nos gustaba aquel local. Desde otros sitios nos invitaban, nos animaban a entrar, nos ofrecían jugosos descuentos y atractivas ofertas. Pero aun así, no podíamos dejar de pensar en aquel lugar, que nos había cautivado desde el momento en el que lo vimos. Que nadie se equivoque. No somos tontos. Sabíamos perfectamente que aquello, en algún momento, tenía que acabar. Sin embargo...probablemente éramos una buena pandilla de cobardes. Teníamos miedo a enfrentarnos a aquellos gorilas pendencieros que nos impedían la entrada al reservado que tanto deseábamos. Pero teníamos aún más miedo a perder toda opción de volver a aquel maravilloso local, de dejar de disfrutar de lo poco (o mucho, según se mire) a lo que teníamos acceso.
El tiempo pasaba, las visitas al lugar se repetían...pero nada cambiaba.
Mil y una veces nos juntamos entre todos, para reunir fuerzas y tumbar a aquellos matones. Dos mil  y una veces nos conjuramos para no volver nunca más a aquel sitio. Nunca hicimos ni una cosa, ni otra.
Y aquí estamos, sentados en este banco de este parque, cerveza en mano, reunidos mirando al cielo, pensando en que a menudo, lo que podemos hacer, lo que queremos hacer y lo que debemos hacer, suelen ser tres cosas bien distintas.
Y mientras pasa la tarde en el parque, quién sabe, lo mismo el local ha sido traspasado, alquilado, vendido a un buen comprador...o unos nuevos extraños están llegando para atreverse a lo que nosotros no...
Seguiremos pensando...o nos iremos a casa, que vienen nubes, y parece que va a llover.

No hay comentarios :

Publicar un comentario