De sabios es reflexionar...



"Es muy peligroso, Frodo, cruzar la puerta", solía decirme. "Vas hacia el Camino, y si no cuidas tus pasos, no sabes hacia dónde te arrastrarán".

Frodo Bolsón, citando a su tío Bilbo.
El Señor de los Anillos. J.R.R. Tolkien

domingo, 21 de junio de 2015

Azahar e incienso...deudas pagadas.

Amigo,
Te prometí que antes del verano te pagaría con una entrada. Pero como las normas nunca me han gustado demasiado, y si algo lo puedes hacer mañana, no lo hagas hoy, he esperado exactamente al día siguiente al cual vencía mi plazo, para pagar mi deuda.

Deuda eterna, impagable quizá, pero que pobremente intento saldar meses después, o años después, como queramos verlo, en estas escasas líneas, que difícilmente podrán aproximarse a la belleza de lo que vemos cada primavera por las calles de Sevilla.

Azahar en el aire y en el alma, incienso que anuncia cada maravilla a la que precede, hora tras hora, día tras día, durante una Semana entera, para que corazón y sentidos disfruten, admiren, se sobrecojan y extrañen cada momento que pasa ante los ojos pero que se queda en la retina, en la memoria y en el pecho, al menos, hasta el siguiente año.

Domingo de Despojado, que invita a despojarse del mundo, del ruido, del correr, para simplemente dejarse llevar, Despojado que a pecho descubierto invita a descubrir lo que después irá aconteciendo paso a paso. 
Para dejar que tus pasos te lleven al otro lado del Puente, a ese barrio sencillo y a la vez mágico, donde las cosas tienen otro color y otro sonido, y sobre todo otro andar, para seguir una Estrella que cruza el río, mostrando a la ciudad unas pinceladas de lo que sus ojos verán los días venideros. Domingo de Amargura que no amarga, sino que impresiona, por grandeza y sencillez aunadas en un mismo tiempo.

Lunes de Cautivo que libera a un barrio humilde, llevándolo a la grandeza de la Catedral, portando las ilusiones de miles de almas de San Pablo, esfuerzo, kilómetros y calor, que se hacen llevaderos con la promesa de disfrutar en la Magdalena a San Gonzalo, que viene repartiendo baberos desde lo más lejano de Triana, para abarrotar el Baratillo durante dos horas de esfuerzos recompensadas con un instante de belleza sin precio. Lunes de recogimiento tenso en la plaza del Museo, donde las Penas de San Vicente son vigiladas de cerca por el propio Museo, hasta que pueden seguir sus pasos dirección a la Campana.

Martes de calor y sufrimiento, de respiración contenida y de alivio desatado en la salida de San Esteban. Martes de sorprendente belleza, de momento especialísimo en Sor Ángela con San Benito, de boca abierta y corazón más abierto aún.

Miércoles que ya huele a nervios, por la cercanía de lo que ya llega, pero que sobre todo huele a pan. A pan y a azahar. A panaderos de Orfila entre naranjos en San Andrés. 

Y espera. Y descanso. Y preparación para lo que viene. Tarde de jueves en pago, maravillas que no podemos ver, como Los Caballos de La Exaltación, o ese olivo único de Montesión que parte desde Feria para preparar el corazón de los que esperamos esa madrugada durante todo el año. A veces los pies también necesitan un respiro.

Y por fin llega. 
Madrugá.
La Madrugá. 
Noche de Armaos Macarenos, de largas horas con iluminación de Luna y de cirios, de tambores, cornetas, silencios o maravillas musicales como Tres Caídas. Noche de esperas, de carreras, de cansancio y de euforia. De sonrisas maravilladas y de lágrimas emocionadas.
Noche de Gitano que camina tan despacio como bello, siempre con La Saeta marcando su camino. Noche de Macarena que colapsa Sevilla de nazarenos y de belleza sobria desde la Sentencia hasta la Esperanza.
Noche de Silencio con mayúsculas, con esa Cruz que no deja rastro, sino que apunta al Cielo, y noche de silencio en su máxima expresión, de Gran Poder racheando bajo el Postigo, para acallar gargantas y fijar la mirada en esas manos doloridas, pero inmensamente bellas.
Pero, por encima de todo, noche de Esperanza. De Esperanza que sale de Pureza, que trae la alegría desde Triana, con un Caballo que anuncia, caída tras caída, tres veces, la maravilla que se ve, se escucha y sobre todo, se siente. No se explica ni se describe. Sólo se vive. Saludo al barrio recorriendo la calle Larga, y al Baratillo al despuntar el día, para reunirnos en Santa Ana cuando el sol ya brilla bien alto, y acompañarla en los últimos metros de la noche más larga, de la noche más bella, hasta su casa de marineros.

 Viernes de dolor, de pies y de alma. De sueño acumulado, y de sueños vividos durante toda una noche. De sabor agridulce, de alegría por lo vivido, de tristeza por el año que aun nos separa de la próxima vez. El Cachorro nos despide en la plaza del Triunfo, Cristo de la Expiración, de una semana que expira, pero que a la vez inspira, tanta belleza, tanta ilusión, tanta Esperanza.

Y a contar días, a tachar fechas del calendario, hasta que de nuevo vuelva la primavera con el azahar, el incienso y las noches eternas de la próxima vez.




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