De sabios es reflexionar...



"Es muy peligroso, Frodo, cruzar la puerta", solía decirme. "Vas hacia el Camino, y si no cuidas tus pasos, no sabes hacia dónde te arrastrarán".

Frodo Bolsón, citando a su tío Bilbo.
El Señor de los Anillos. J.R.R. Tolkien

jueves, 2 de septiembre de 2010

The end...again

Era Septiembre. Primero de Septiembre. Aun yacía caliente el cadáver de Agosto. Sin embargo, el tiempo, que no entiende de treguas ni cambios paulatinos, anunciaba la llegada prematura del otoño, que llegaba casi sin avisar, sin llamar a la puerta, con un día cerrado a cal y canto por el gris perla de un cielo a punto de derrumbarse a cada minuto, aunque, con aires bromistas, sólo abría el grifo en el momento preciso en el que tienes que salir a la calle a solventar cualquier banal recado, como comprar una barra de pan o tirar la basura a la vuelta de la esquina, para, al volver a casa, tener que observar desde la ventana como la lluvia incesante que te ha obligado a sacar a pasear el paraguas cesa sin motivo alguno, y sospechas que alguien ahí arriba se está riendo de ti.
Como decía, era Septiembre, y el día era tormentoso. Tormentoso en todos los sentidos. La noche anterior, como ya se estaba convirtiendo en costumbre, se alargó hasta horas innecesarias e indecentes, motivada por una burda película, una burda conversación o simplemente por la esquivez de ese tal Morfeo, que no hace buenas migas con la incesante actividad estéril que bulle en mi cabeza la mayoría de las noches. Por tanto, ese primero de Septiembre despertó para mí mucho más tarde que para el resto de los mortales que saben como aprovechar su tiempo. Mirando el reloj, entre legañas, bostezos y el olor del último cigarro mal apagado en el cenicero la noche anterior, atisbé a divisar la aguja más alta señalando la una. Del mediodía, supuse. El olor a comida que llegaba de la cocina resolvió mi desfase horario.
Tormentoso decía, porque comenzaba la jornada entre truenos y lluvias, y porque, muy cansinamente, me disponía a recorrer otro día insulso y poco motivador, que hacía del camino que separa mi cama del aseo un camino interminable. Como si de un robot se tratase, me dispuse a seguir las rutinas diarias de rigor, no faltando a ninguna, y no prestando atención a ninguna de ellas: los buenos días de rigor, la mirada por la ventana "matinal" (si es decente llamar matinal a la una de la tarde), el vistazo a la olla que hervía en el fuego con mi comida reconvertida en desayuno, y el camino a mi destino definitivo de tantos y tantos días, el ordenador.
Por no cansarte, querido lector, con mi anodino día, sólo diré que la tarde transcurrió entre películas, humo de cigarros, miradas aburridas por la ventana y partidas poco motivadoras con la videoconsola.
Sin embargo, también como cada día, se acercaba el momento.
El final del día, el instante en el cual una pequeña chispa daba sentido a toda la molicie de la jornada transcurrida. Una llamada, y mi viejo amigo me recogería en la puerta de casa, como si de ese salvador que viene a liberarte de la cárcel se tratase.
¿Para llevarme a dónde? A ese pequeño paraíso que sólo los más pequeños saben construir para que los que nos pensamos mayores podamos disfrutar de él. Y pensar que somos nosotros los que cuidamos de ellos...cuán ilusos somos...
Un rato de juego, una cena reconvertida en peleas, amenazas divertidas, risas y bromas. Un hasta mañana mal pronunciado desde los brazos de ese viejo amigo.
Y una petición.
Quería un beso de "Tote" antes de irse a dormir.
Tan sólo un segundo, tan sólo una chispa de sol en ese día de tormenta.
Y el día terminó, otra vez.
Y sin darme cuenta, el verano también terminaba, otra vez.
Pero era feliz, durante ese pequeño instante y el periodo de tiempo que dura la estela de una estrella fugaz en el cielo, era feliz.
Gracias, pequeño.

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