De sabios es reflexionar...



"Es muy peligroso, Frodo, cruzar la puerta", solía decirme. "Vas hacia el Camino, y si no cuidas tus pasos, no sabes hacia dónde te arrastrarán".

Frodo Bolsón, citando a su tío Bilbo.
El Señor de los Anillos. J.R.R. Tolkien

lunes, 8 de septiembre de 2014

Un rayo, un as de picas, un corazón.

Era Septiembre.
Mes dual, contradicción de sentimientos, comienzo de cursos, final de vacaciones.
Precisamente ese día era el penúltimo de esas dos semanas con las que soñamos durante otras 50 al año. 
El verano agonizaba, la oficina asomaba las garras a la vuelta de la esquina. Sin embargo, en su memoria aun rondaba fresco el recuerdo del mar, las cervezas en el chiringuito, las partidas nocturnas de póker en la terraza del apartamento...
Apenas hacía una semana que había regresado a la capital, al sopor rutinario de aquel verano extraño, suave, tardío. 
De manera inexorable, la semana avanzaba, a grandes pasos, segando cada día sin ningún tipo de compasión.
Aquel sábado, por tanto, amaneció sin más expectativa que pasarlo de la manera más lenta posible, para alargar las horas tanto como fuese necesario, intentando alejar el lunes de la mente y del espíritu.
En su móvil, un trasiego constante de mensajes le recordaba que esa noche habría juerga. Unos días atrás, un buen amigo cumplió años, y tocaba celebrarlo.
Plan rutinario, cena, cervezas (siempre más de las que aconsejaría cualquier médico...o el sentido común), unas copas (también más de las aconsejables, para hígado y bolsillo), unos bailes, desayuno a deshora, y por supuesto, la consiguiente resaca dominguera pertinente.
El guión, por lo tanto, ya estaba escrito.
Nunca fue una persona extrovertida. Tampoco especialmente tímido. Siempre se mantenía dentro de los cánones de lo políticamente correcto, sin destacar, sin pasar absolutamente desapercibido.
El mundo nocturno, por lo tanto, no era su fuerte. Donde otros se mueven como pez en el agua, el se sentía expuesto, inestable, como un patinador inexperto sobre una pista de hielo recién alisada. Intentaba dar pasos cortos, seguros, nunca más allá de lo prudente, de lo aconsejable.
El guión se fue cumpliendo, llegaron las cervezas, llegó la cena, algunos tragos de brebajes gallegos, para calentar estómago, cabeza y corazón.
Y con el estómago, la cabeza, y sobre todo, el corazón caliente, comenzó la búsqueda de un destino para gastar la noche.
Madrid siempre ofrece mil y una opciones. Muchas de ellas se personifican en Sol, en forma de "relaciones públicas" que ofrecen mil y una ofertas, a cada cuál más extravagante.
Sin embargo, como dije, el guión ya estaba escrito, no necesitaba oferta alguna, ya conocía el lugar al que se dirigía perfectamente. O quizá no.
El destino irrumpió como un rayo para cambiar el guión de la noche. Uno de estos hombres-oferta les asaltó cual cuatrero en el lejano oeste (de Madrid). Bastaba que les ofreciesen una copa, un mojito y un chupito, por un precio razonable, para dejarse convencer, arriesgando el domingo, el estómago y un buen puñado de neuronas, bañadas en una horrible resaca garrafonera.
El sitio tenía un nombre profético. SMILE rezaba el cartel. Inevitablemente, un sonrisa afloró en su cara. Quizá vieja reminiscencia de la importancia de la obediencia en nuestra base educativa. Quizá una respuesta espontánea, una ventana abierta a lo imprevisible, una chispa adecuada, que prende una pequeña esperanza escondida en lo desconocido, en lo que está por venir. Quién sabe.
Para no faltar a la verdad, entró en aquel lugar sin más expectativas que "disfrutar" de una copa de calidad dudosa, de un mojito de aún más dudosa procedencia, y de un chupito excesivamente empalagoso, que le acercaba un pasito más a la frontera entre la sobriedad y la embriaguez...ese estado que a menudo se crítica con pasmosa facilidad (a veces justificada), pero que siempre deja un resquicio a lo no planeado.
Tras bromas varias, intentos (no se pueden calificar de otro modo) de bailes y unos cuantos tragos, el estado era el idóneo...para seguir intentando hacer algo parecido a bailar, seguir soltando chascarrillos propios de manada de "hombretones hechos y derechos", y sobre todo, seguir tomando tragos.
Es decir, seguir cumpliendo el guión al pie de la letra.
Sin embargo, esa noche la partida no quería jugarse en el orden establecido. No sabría decir ni cómo, ni cuándo, ni, sobre todo, por qué. Pero, en algún lugar de aquel polo negro de manga corta, tenía un As escondido, un As negro, con un símbolo difícil de definir, quizá entre el trébol y el diamante. Tenía un As de picas guardado, y lo puso en juego, quizá sin mucha maestría, y menos estilo. Quizá realmente no era ni siquiera un As, simplemente era un farol. Pero algunos dicen que las estadísticas están para romperse, y los complejos, para superarse.
La jugada había comenzado en los pies de dos buenos compañeros, que fueron los primeros en abrir fuego. Ellos si sabían (al menos, eso parecía) cómo moverse entre las oscuridades de cualquier garito.
Y él, detrás, aprovechando el surco, hizo camino, superó la distancia inabarcable que le suele separar de las novedades.
Contra toda lógica, y desde luego, contra todo pronóstico, el guión cambió. Se acabaron los tragos, las bromas de dudoso gusto y los intentos de no hacer demasiado el ridículo al ritmo del pachangueo de turno.
Sin darse cuenta, se encontraba sentado en el escalón del portal que estaba frente al SMILE, mirando unos ojos nuevos, no recuerdo bien si eran verdes, si recuerdo que eran bellos.
¿De qué hablaron? Da un poco igual. Hubo intimidades, penas y vergüenzas al descubierto, hubo alguna lágrima y muchas risas. Hubo cervezas de calle, de las de a un euro la lata, hubo humo de cigarros, camiones de basura y coches de policía.
Pero sobre todo, hubo algo más. Es difícil (casi imposible) describirlo. Pero nadie que hubiera estado allí lo negaría. Tres extraños que acaban de conocerse, como tres amigos de toda la vida, rememorando viejas penas, riendo por antiguas anécdotas, anhelando mejores futuros, aconsejando gratis y rápido, consumiendo la noche sin apenas darse cuenta. Lástima, porque quería que aquella noche no acabara nunca.
Se sintió abandonado de los compañeros de farra, miró el reloj, qué importaba. Estaba tan a gusto allí.
Compartieron gustos, intercambiaron desavenencias, se lanzaron bromas disfrazas de reproches profesionales, se contaron la vida en un minuto, y él deseo que cada minuto fuera una vida.
Pero todo se acaba, y una noche de verano, por lo general, antes de lo que nos gustaría.
Y ella se fue, acompañada de su amiga, de sonrisa y de lágrima adorables, con la melena rubia tras de sí, dejando la estela de un recuerdo que, una vez superada la madrugada, siembra la duda de saber si fue real, o un precioso fruto de una imaginación empapada en alcohol.

No pasó nada, podrían decir muchos, si estuvieron allí cerca aquella noche. No hubo besos, ni pasión desmedida, ni principios precoces y pasos atropellados. Porque a veces el error es acabar los principios, y principiar los finales. Sin embargo, pasó mucho, pensó él, sin que realmente pasase nada. Un paso más en el camino de vuelta, en la terapia de recuperación total, en ese proyecto tan complejo que algunos llaman felicidad. Porque a veces, la felicidad es simple. No, no es simple, la palabra más adecuada es "sencilla".

Y con esa sencillez se marchó él, subido –o sumido- en su propia nube, camino del tren, del que le llevaría de vuelta casa, y del que le lleva de viaje por el país de la vida, de las experiencias, de las casualidades, de los guiones no escritos. Soñando que quizás esa misma casualidad, esos mismos guiones no escritos, le lleven a bajarse en alguna estación donde la vuelva a ver, donde pueda volver a compartir un par de horas, un par de cervezas y un par de vidas.

Soñando con un corazón tatuado en la muñeca, encerrando un rayo que irrumpe en lo previsto, haciendo imprevisible lo planeado, y un as de picas, con el que apostar y tirarse un farol, para deshacer la certidumbre, para atreverse a resbalar o a hacer camino.

Soñando con una melena rubia, con unos ojos (quizás) verdes, con una noche improvisada.

Soñando, al fin y al cabo.

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