De sabios es reflexionar...



"Es muy peligroso, Frodo, cruzar la puerta", solía decirme. "Vas hacia el Camino, y si no cuidas tus pasos, no sabes hacia dónde te arrastrarán".

Frodo Bolsón, citando a su tío Bilbo.
El Señor de los Anillos. J.R.R. Tolkien

lunes, 2 de agosto de 2010

La brevedad de lo eterno, la eternidad de lo breve

Este es mi primer (y no sé si último, espero que no) relato corto, quizá sin sentido, quizá con todo el sentido del mundo. Invito a todo aquel que pase por aquí a leerlo, y aunque no lo entienda bien (probablemente solo haya un par de personas o tres que lo entiendan en su totalidad), que pare un momento y sienta lo que esto le transmite, mucho o poco, cosas felices o tristes, lo que sea, con eso, si una sola persona lo hace, seré feliz (al menos un poco) Espero que os guste (u os parezca una soberana mierda, pero que no os deje indiferentes).

"Bajaba los peldaños de tres en tres, o de cuatro en cuatro, desafiando a la gravedad y al azar, que a veces hace que demos con los huesos en el suelo. Bajaba como si cuando llegara abajo ya no estuviese la calle, como si la fuesen a recoger, y tuviese que esperar al día siguiente. Por fin vio la luz entrando en su portal, y se cruzó con ella, y con el propio portal, y desembocó en el río de gente que navegaba aquella fluvial calle, curiosamente vacía de coches en ese momento.

Al principió no miró a nadie, porque tampoco nadie le miraba a él. Pero pasado un tiempo eso fue precisamente lo que le llamó la atención. Nadie le miraba, era como si no existiese. ¿Es que esa gente no tenía alma y no eran capaces de ver su maltrecho estado?

Aflojó algo el paso, quizá pensó que se encontraba algo mejor. Sin embargo, y cuando menos lo esperaba, le encontró la noche, o la encontró él a ella, no sabría decirlo bien. De repente, como por embrujo, la gente había desaparecido, y se encontró caminando solo, extrañamente solo, dolorosamente solo. No, quizá no se encontraba tan bien después de todo.

También de repente comenzó a llover. Al principio sólo parecía una amenaza, un aviso para tomar otro camino y regresar a la cordura del hogar y de las cosas del día a día. Pero él, valiente, tonto o desesperado, continuó caminando, sin saber muy bien a dónde se dirigía y qué iba a encontrar allí.

¿Quizá el pobre iluso pensaría que iba a encontrar todo en su sitio y que en ese momento sanarían sus males? Quién sabe, se decía una y otra vez.

Pero el aviso dejó de ser tal para convertirse en una furiosa tormenta que no tenía pinta de amainar en unas cuantas horas, quizá días, quizá meses.

Sin darse cuenta estaba completamente calado, por dentro y por fuera, y por raro que parezca, aquella era una lluvia extrañamente cálida, con ligero regusto a salado. A salado quizá de las aguas del mar que alguna vez vio y disfrutó, a salado de aquel sabor que dejó ese sudor que tanto recordaba. Pero no, era un salado con matices amargos, muy amargos.

Apretó entonces el paso, sin destino fijo en mente. Perseguía sombras que no le llevaban a ningún sitio, o, paradójicamente, siempre le devolvían al mismo lugar desde el cual partía.

A su cama, vacía, fría y algo burlesca, pareciéndole inmensa y recordándole que allí él era el rey, el único rey, el más solitario de los reyes. Y de nuevo bajaba volando, de nuevo la calle, las gentes, la soledad, de nuevo la lluvia salada y cálida, de nuevo las sombras y el regreso al punto de inicio.

Un día, sin saber muy bien cómo, la sombra quedó quieta mientras el llevaba a cabo su particular y ya conocida persecución sin sentido.

La sombra parecía reír, pero no sabría decir si era una sonrisa pícara, irónica, risueña o quizá tan falsa como la que él ya llevaba tiempo practicando ante tanta gente.

La cuestión es que por más prisa que se daba, más lejos parecía estar la sombra, aunque esta no hiciera el menor esfuerzo por dar un solo paso.

Sin embargo, el decorado cambiaba continuamente, hasta que el lisérgico viaje pareció dar con un final. Se detuvo, mirando alrededor, y comprobó, algo sorprendido, que se encontraba en una estación de tren muy vieja. De nuevo fluyeron recuerdos traidores y desalmados, que le trajeron a la memoria historias pasadas, viajes perdidos en el tiempo y la grata compañía de la cual ya no quedaba nada.

Sin saber bien de dónde procedía, escuchó el inconfundible sonido del tren que se detiene, soltando gases por sus torturados frenos, y haciendo gritar el metal contra el metal para dar fin, al menos momentáneamente, al viaje eterno que da sentido a la vida del propio tren.Y allí vio entrar a la sombra, sentarse junto a una ventana, y aún con esa incierta sonrisa, mirarle, decirle adiós con la mano y perderse, junto con el tren, en la oscuridad de un túnel que llevaba a ninguna parte.

Y allí se quedó, con los brazos colgando, la lluvia (incluso debajo del falso refugio del tejado de la estación, lleno de goteras, como su propio músculo impulsor de vida) cayéndole con una furia inusitada en las mejillas, como si quisiera erosionarlas igual que a la roca de una montaña.

Pero no, él no era ninguna roca, no llegaba siquiera a la consistencia de un algodón de azúcar. Cuando ya estaba a punto de desaparecer, sucumbiendo al vacío atronador que había dejado aquella sombra en aquella estación, y cuando la lluvia comenzaba a convertir sus mejillas en una huella que rememoraba el lugar que éstas habían ocupado, todo quedó oscuro, y en extraño silencio.

De repente, un sonido vagamente familiar le hizo regresar al exasperante mundo de la mañana, y efectivamente, vio como por la maltrecha persiana el sol se colaba en su habitación sin invitación previa. El sonido era el terrible martilleo del presentador de turno del noticiero matinal, alguien había encendido el televisor para sentirse menos solo, o para ver la basura de mundo en el que vivimos desde por la mañana temprano, mientras engaña al estómago con un café y un cigarro.

Instintivamente alargó el brazo, no supo si para comprobar el teléfono móvil, dar la luz del horrible flexo de la mesilla o atinar con un cuerpo a su lado, como había ocurrido en menos ocasiones de las que ahora quisiera recordar a lo largo de aquel tiempo maravilloso que alguien le permitió vivir. Quizá el brazo buscaba todo a la vez, pero de nuevo no tuvo más remedio que darle malas noticias.

El móvil no tenía rastro de ningún interés por parte de nadie en contactar con él, el cuerpo que anhelaba encontrar no estaba allí, ni siquiera un frágil indicio de que allí hubiese permanecido alguna vez, y al dar la luz, comprobó, una mañana más que ella seguía allí.

Desde un bonito marco del Ikea la sombra le sonreía, le miraba con aquellos ojos tan especiales, y le decía sin despegar un solo milímetro los labios “sí, me voy, ahí te quedas, con tu lluvia salada y tu móvil vacío”.

Y de nuevo a trasegar por una día yermo sin otra motivación que pasarlo, sabiendo que a la noche volverá a bajar las escaleras de tres en tres, o de cuatro en cuatro, abrazado a la foto de una sombra, y bajando escaleras de no sabe bien dónde, porque incluso el pobre desgraciado vive en un bajo…"

1 comentario :

  1. Aquí hay enjundia!!!
    Enhorabuena por tu recién creado blog.
    No dejes de escribir, que te leeremos. Un fuerte abrazo desde Extremadura!!!

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